Viejas Locas, la barra brava y el orden a los golpes

Rubén Carballo fue una de las 40 mil personas que el sábado pasado llegó al estadio de Vélez a disfrutar del show del grupo Viejas Locas. Pero finalmente el concierto no lo tuvo como asistente. La brutal represión policial que tuvo lugar antes del comienzo del recital le provocó una fractura de cráneo y hoy permanece internado en estado de coma. Los incidentes dejaron como resultado 44 detenidos y más de 30 heridos. Con más de una hora de retraso, Vejas Locas pudo brindar el show que marcó su regreso a los escenarios tras más de 10 años.

Desde temprano la entrada al estadio resultó conflictiva. Largas colas, policías a caballo que amedrentaban a los que esperaban para ingresar y malones de gente que entraban sin que nadie les cortara sus tickets eran parte del paisaje. El desbande se inició cerca de las 21, en los alrededores de la puerta 6, cuando un grupo de chicos habría querido ingresar sin entrada. Ahí comenzaron los incidentes, que incluyeron piñas, palos, botellazos y camiones hidrantes que actuaron contra los miles de jóvenes que pugnaban por entrar.

El caso de Carballo, como antes el de Walter Bulacio (muerto a golpes en un comisaría tras ser detenido en la puerta de un recital de los Redonditos de Ricota en 1991), se inscribe en la historia de las tragedias juveniles argentinas. Fueron en su mayoría jóvenes los muertos en la Puerta 12 del Estadio Monumental en 1968 (el promedio de edad de las 71 víctimas era de 19 años) como así también transitaban la adolescencia muchos de los 194 fallecidos en la tragedia del boliche República de Cromañón en 2004 (la media de edad era de 22 años).

Un informe reciente de la Correpi (Coordinadora contra la represión policial e institucional) afirma que policías, gendarmes, prefectos, servicios penitenciarios y vigiladores privados mataron 2.826 chicos desde el 10 de diciembre de 1983 hasta la fecha. En el último año, el aparato represivo estatal mató una persona cada 28 horas. El 53% tenía menos de 25 años.

En la noche del sábado, la llegada de la barra brava de Vélez, que venía de ver la derrota de su equipo ante Banfield, no hizo más exacerbar el clima reinante. Los hinchas pasaron sin ningún boleto y ocuparon su lugar en la popular del estadio, como si se tratara de un partido de domingo. Entre algunas de las canciones que tocaba Viejas Locas, la hinchada alentaba a su equipo de fútbol. Algunos de los fanáticos del grupo contaron que había barras bravas que hasta formaban parte del operativo de seguridad.

En su texto titulado “La hinchada uniforme”, Mariana Galvani y Javier Palma afirman que la policía se presenta en los espectáculos deportivos como un actor que debe conservar el orden. Su papel se fue haciendo más preponderante conforme los grupos violentos que actuaban en el fútbol comenzaron a generar mayores incidentes. Así, la policía dejó de ser considerada como lo que es (la presencia del Estado en la calle) y comenzó a ser interpelada como una hinchada más. Cuando comienzan a ser vista como una hinchada, las fuerzas del orden abandonan su perfil institucional y empiezan a verse como una corporación que adquiere características similares a aquellos grupos que dice enfrentar. La policía también se descontrola a la hora de combatir, poniendo en primer plano el alcance del orden por sobre las formas de conseguirlo y así es como aparece la muerte. Las víctimas en el fútbol argentino por la represión policial alcanzan el 13 % del total. Esa actitud de barra brava, de llevarse todo por delante y repartir violencia sin control fue mucho de lo que se vio el sábado. El estado de Rubén Carballo bien puede ser una consecuencia de ello.

El jefe de prensa de la policía federal, comisario Néstor Rodríguez, explicó en algunas radios que los pibes "se querían colar", que había "inadaptados" y que los uniformados tuvieron que emplear "la fuerza mínima necesaria para restablecer el orden". La versión policial sostiene que Rubén no fue golpeado sino que cayó de un muro de 7 metros cuando intentaba entrar sin pagar, algo desmentido por la familia ya que el joven apareció 14 horas después del show, debajo de un puente, a 5 cuadras de la cancha. Tenía la entrada sin cortar y su ropa estaba manchada con la pintura azul de los carros hidrantes.

“El rock siempre hizo culto de promover y hacer respetar un modo de vida alternativo, de ver la vida, como para terminar absorbiendo lo peor de las barras bravas que habitan las tribunas futboleras” escribió el periodista Sergio Marchi en su libro “El rock perdido”. Describe en gran parte a algunos de los protagonistas de esta historia: las barras bravas con su violencia y su impunidad, la policía que impone el orden a los golpes como único recurso. Esto también forma parte del rock argentino desde hace ya varios años.

“El rock siempre fue visto como un sujeto socialmente peligroso por lo que pensaba, por lo que se proponía, por lo que se atrevía a imaginar” también se lee en el texto de Marchi. La situación actual dista mucho de aquello que soñaron los jóvenes rockeros argentinos allá por la década del ´60. Tanto el rock como el fútbol se han vuelto espacios militarizados (el sábado había más de 400 policías), investidos por mucho de los códigos y los rituales de las barras bravas, cuando no por las barras mismas. En medio de tanta locura, hasta parecemos olvidar que se trata de una rama del arte.

“Hoy en día estamos hablando de hechos lamentables los cuales repudiamos totalmente y no de música como quisiéramos” declaró recientemente Pity Álvarez, líder de Viejas Locas. Mientras Rubén Carballo lucha por su vida, el arte (el rock) y el juego (el fútbol) parecen convertirse en meros apéndices de la violencia social y política que vivimos a diario. Esa que aparece en cualquier tiempo y espacio, para organizar los acontecimientos bajo sus propios códigos. Sin embargo, esa violencia es peor aún cuando se vuelve institucional. Y no por conocida deja de ser indignante.

A modo de cierre, el video de "Aunque a nadie ya le importe", de Viejas Locas:

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